Saturday, September 25, 2004

Esta historia no tiene Climax.

- Buenos Días doña Delita!
- Buenos Días don Eduardo!
Los dos solterones se saludarían así por días y días, meses y meses, años y años, el siempre mirándola con ojos calientes escondidos detrás de una mirada mañanera muy respetuosa, ella observándolo con el rabo del ojo mientras barre la vereda de su panadería.
Delita y Eduardo se conocen desde hace tanto tiempo, cuando ella era toda una buena moza que vendía las empanadas de queso agraciadas con azúcar detrás del mostrador de la panadería "el pan de casa" que pertenecía a su madre, mientras el era un solteron de cuarenta y tantos que regresaba todas las tardes del municipio en donde trabajaba, siempre vestido de terno café, zapatos, corbata, cinturón negros, camisa blanca y en los días de frío un chalequito gris de punto que se dejaba ver cuando el abría su chaqueta para sacar los mil quinientos de pan y empanadas hechas por doña delita.
Eduardo la vería religiosamente todas la tardes y mañanas de la semana, y esperaría con ansiedad los días lunes para verla de nuevo, pues hombre de costumbre como era el, no comía pan los fines de semana y tampoco iba a trabajar, y por tanto carecía de excusa para pasar viendo a su Delita en delantal y escoba, limpiando el local.
Como buen Natalio Ruiz era Eduardo, ustedes saben, el de la canción de ‘Sui’, ese que se cuido tanto de la tos y nunca tomo mas de lo que el medico indico, cuidaba la forma por el que dirán y hacia el amor cada muerte de obispo.... y como el hombrecito del sombrero gris, Eduardo nunca se atrevió a cogerle la mano a Delita, no por miedo a esa tía con cara de arpía (inexistente en la vida de Delia), sino paralizado por una falsa decencia y cierto recelo que le tenia a la vieja señora madre de doña Delita.
Mientras tanto, Delita añoraba las caricias jamás ofrecidas por don Eduardo y se imaginaba los viajes, los hijos y los muebles que jamás tuvieron por culpa de sus miedos. Por supuesto, doña delita no tenia otra que remojar los deseos en el café y endulzar sus amarguras con una empanada de aire por que criada como era ella "a la antigua", sus frustraciones de amor no era correcto mostrar.
Sin embargo, por que el mundo es mundo y uno no se escapa de lo que tiene que tocarle, un día don Eduardo, después de todo el fin de semana de padecimiento y calentura que no le permitieron cerrar los ojos por el sudor con olor a Delita que se le metía hasta por las orejas, decidió ir hacia delita y contarle sus penas. Delita, sumamente atenta y con los ojos bien abiertos, parando bien la oreja, escucho todo lo que Eduardo tenia que decir y lo memorizo en su subconsciente que a una velocidad que ni el mismo sabia que tenia iba analizando cada palabra, gesto, titubeo y salivación de don Eduardo, que no paraba de hablar, como si los sentimientos se hubiesen acumulado por todo ese tiempo en un acordeón interno que no podía dejar de desdoblarse y emitir su verdad.
Aquella noche, y después de cuarenta y pico años juntos, Delita y Eduardo por fin durmieron en la misma cama. Ella disfrutando su olor a oficina, papeles de copiadora y tinta azul, y el embobado en su olor a empanada, grasa de cocina y crema chantilly.

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