Cuando empieza el frio es hora de hacer cobijas.
Esta es mi Granny Blanket, hecha con 16 bolas de Wool-Ease; me tomo approximademente 2 meses en terminar por que N insistia que la haga mas y mas grande.
Estoy feliz con el resultado :)
Cuando empieza el frio es hora de hacer cobijas.
Esta es mi Granny Blanket, hecha con 16 bolas de Wool-Ease; me tomo approximademente 2 meses en terminar por que N insistia que la haga mas y mas grande.
Estoy feliz con el resultado :)
Jueves, Septiembre 8, 3:30 am.
Despierto unos minutos antes de que suene la alarma. Aún me faltan un par de horas de sueño, pero se que debo levantarme por que en menos de una hora vamos a tener un taxi esperándonos para llevarnos al mercado de pescado en donde a las 5:25 empieza la subasta de atún.
Entre el Inglés quebrado del taxista y el librito de frases en Japonés de N tenemos una micro conversación entre los tres que tiene como principal tema la delicia de la comida en el mercado, en donde el sushi es tan fresco como es posible (algo así como ‘de la mata a la olla’) y los sabores son como deben ser.
En línea con la buena costumbre Japonesa en cuanto a puntualidad, son las 5:25 en punto y estamos en una bodega gigantesca, rodeados de atún y hombres gritando en japonés sus ofertas por la pesca del día. Los atunes son grandes, y hay varios que son verdaderamente gigantes. Los expertos caminan entre las filas de atún con unos ganchos que insertan donde alguna vez estuvo la aleta trasera del atún para, me imagino, ver la cantidad de grasa y la frescura del pescado.
Diferente a los mercados ecuatorianos, el mercado de pescado en Tokio tiene un sutil olor a pescado fresco y es nítido. Esperaba sangre de pescado en todo el piso, esperaba desorden, esperaba olores fuertes y desagradables, y en su lugar llegué a un sitio sumamente limpio, lleno de caos organizado, con un delicioso olor a mar.
Los Japoneses son gentiles con los turistas pero se nota una mentalidad de que si estas en Japón las cosas son en Japonés, y es básicamente cuestión de los visitantes encontrar la manera de comprender lo que sucede. Hay pocos letreros en Inglés, únicamente los básicos para mantener a la gente en orden y evitar accidentes en el mercado, pero no hay explicación sobre lo que esta sucediendo, lo que se dice en la subasta, los precios, la diferencia que hay entre un atún y el otro, nada.
Sin embargo no toma mucho entender lo que esta sucediendo. Un hombre parado sobre una caja para estar una cabeza mas alto que el resto ofrece el producto que tiene en frente, mientras varios hombres al fondo de la bodega escuchan con atención y dan sus ofertas hasta que el precio se determina y el atún tiene dueño.
En la bodega nos paramos en un pasillo de unos 5 metros en donde aproximadamente 40 turistas estamos apachurrados mirando todo con ojos bien abiertos, con un poquito de frío por que al fin y al cabo la bodega es en verdad un congelador enorme, y bien visibles por que al entrar nos entregaron unos chalecos amarillos neon con el propósito de indicar a la gente del mercado algo como ‘turistas caminando, ojo!’.
Salimos de la bodega listos para el desayuno. Caminamos sin saber en donde quedarnos por los múltiples callejones llenos de restaurantes y tiendas en el perímetro del mercado. Cuando una mujer desliza unas puertas y nos invita, sin mucho miramiento entramos a un restaurante diminuto – con espacio apenas para el mesón de preparación del sushi, frente al que estaba otro mesón para los comensales, y unas sillitas en las que nos apretujamos y pedimos un set para dos.
Recibimos 7 piezas de sushi y desde el primer bocado ya sabíamos que de aqui en adelante todo el sushi que comamos en la vida no va a ser ni una milésima de delicioso comparado con lo que estamos saboreando en esa mañana.
Comemos huevitos de pescado (de esos rojitos diminutos que se revientan con toda suavidad cuando los presionas con la lengua contra los dientes); anguila, que tiene una textura carrasposa y sabe a mar; erizo de mar – que debo confesar se lo deje con todo gusto a N por que soy aventurera pero no tanto; camarones bebe crudos, atún con grasa, atún con menos grasa, calamar... todo acompañado de te verde bien cargado recién salido de la olla.
Cada una de las piezas fue preparada frente a nosotros, y el chef se encargó de poner wasabi y salsa de soya cada una por lo que en teoría nosotros no debíamos usar más de ninguno de los dos, pero esto se nos perdió en la traducción y cada vez que nos veía acercar nuestros bocados hacia la salsa de soya el chef levantaba la voz y decía “No soy sauce! No soy sauce!” y nos veía con cara de “pero que pendejos, por dior!”.
Al terminar estábamos llenos a reventar. Nos despedimos de la gente, todos muy amables como siempre, y al salir vimos un grupo de personas esperando a entrar a otro restaurante. El primer desayuno estuvo tan bueno, que llenos como estábamos decidimos ir por desayuno numero 2 – valía la pena la repetición.
Esperamos 45 minutos para entrar a este restaurante tan pequeño como el primero, con la diferencia de que tenia 10 veces la cantidad de personas. Pedimos un set completo para dos que incluía todo lo que mencione antes y otras maravillas extra. Comimos con gusto. Socializamos con el chef. Socializamos con los turistas de San Francisco a nuestra izquierda. Tomamos fotos. Bebemos te. Reímos. Felices felices. Ese era el día de mi cumpleaños, y lo empezamos bien.