Me he cambiado tantas veces de casa que a veces me despierto en la mitad de la noche y no sé en dónde estoy.
La experiencia es siempre la misma: sueño algo (quién sabe qué), abro los ojos, y espero ver mi cuarto en Quito, con la pared blanca al lado derecho de mi cama, mi mesita de noche al lado izquierdo, sobre ella un despertador en forma de cubo café, y al fondo de la habitación la puerta de mi baño; espero ver un poco de luz por la ventana, y respirar el aire frío de madrugadas quiteñas.
Sin falla, ese cuarto no es en el que me encuentro. Ofuscada por el desconcierto algo en mi se asusta y con voz llena de sueño llamo su nombre, “Papi…?”
Me mudé fuera de la casa de mis padres hace 14 años y sin embargo aún mi subconsciente somnoliento busca consuelo en la voz de mi Papá diciéndome que es tarde, que vuelva a dormir.
Casi al instante recuerdo que no estoy en esa casa, ‘mi’ casa. Estoy en India empapada de sudor, estoy en Búfalo cubierta hasta las orejas en cobijas, estoy en Londres acompañada del ruido de una calle que no descansa. Entonces doy media la vuelta, me acurruco contra N, y vuelvo a dormir.
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