Thursday, September 16, 2004

Lita

-"Maria Luisa! Daniel!"

La Lita nos llama sentada desde la mesa del comedor. Una mesa redonda con un tapete de crochet blanco, en el medio un florero de cristal todavia a medio llenar con un agua amarillenta en la que flotan unas hojitas verdes-negruzcas. Cuando llegamos la Lita apaga las luces, vuelve a sentarse y apoya sus codos en la mesa. Las manos casi cerradas y levantadas a unos pocos centímetros de la superficie, moviendo su pecho y hombros hacia el frente, mirándonos. Con una voz gruesa, ronca, carrasposa de tabaco y puntas, pronuncia las palabras lentamente, como masticándolas. Sus ojos fijos en los nuestros, el uno mas abierto que el otro, la ceja izquierda levantada, la otra perfectamente recta, arrugas alrededor del ojo entrecerrado, piel liza en torno al otro.

-"La historia de la hiiiiiija desobedieeeeente... " asi empieza su historia. Luego enciende un tabaco, y con la misma cerilla prende la vela que ha traído a la mesa. Con la poca luz en ese comedor apenas si vemos sus labios arrugados con un labial rojo corrido entre los pliegues diminutos que los rodean. Se lleva el cigarrillo a la boca e inhala profundamente, la ceniza gris empezaba a acumularse mientras esa punta roja con amarillo se enciende de a poco matando su tabaco. La luz apenas ilumina su ojo izquierdo, el de la ceja levantada. Ella no desprende su mirada de nosotros.

La Lita mueve la vela hacia el centro de su cara, lo que vemos ahora es un mentón con algunos vellos escondidos entre una capa gruesa de maquillaje y sudor.
- "la hiiiiiija desobediente", continua, alargando la primera "i" y pronunciando 'desobediente' con cierta agudeza, como tratando de lastimar con el adjetivo. Luego sigue con una narrativa de una niña que no escucho a su mama y salio a caminar por las calles sola, conociendo a mujeres tan o mas malas que ella y quien termina sumida en un espiral de prostitucion, fetos abortados, moretones y muertes familiares de las que fueron responsables su desobediencia y son causa directa del sufrir que causo a sus padres.

La Lita odia a las mujeres. Por eso hizo de la vida de su única hija una pesadilla. Mi madre, Socorro, no conoció a mi abuela hasta que tuvo 8 años cuando las monjas la expulsaron del internado y la mandaron de vuelta a la casa de su madre. Para ese entonces la Lita ya se había divorciado de mi abuelo y vivía en Riobamba en una casa que perteneció a la familia de su ex-marido y a la que ella se aferro con unas y dientes al separarse de el. A los 11 mi madre ya tenia un historial de huidas de su casa, y a los 12 no soportó mas y se fue a Alausí a buscar a su padre y a decirle que desde ese día el tendría que encargarse de ella por que "a esa casa no me vuelves a meter mas hijueputa". Mi abuelo rentó un cuarto en Alausí, la inscribió en el colegio de monjas, y la envió a vivir sola desde ese día.

La Lita es todo un personaje. La llamamos Lita por que cuando mi hermano tenia 3 años la vio caminando por la calle y con su vocecita de niño le gritaba "abuelita! abuelita!" y esta mujer, que para ese entonces tenia apenas 36 años, era mona, tenia el pelo pintado de amarillo y vestía una falda gris de pliegos y una blusa rosada quinceañera, no sabia en donde meterse de la vergüenza. Y es que Ella! abuela? nunca!, así que le enseñó a Daniel, y al resto de nietos, a llamarla 'Lita' – “Dime Lita, Daniel, dime Lita!”

La Lita nos enseñaba a robar. Tomaba tres billetes, doblaba el del medio en dos, y cuando llegábamos a la tienda teníamos que contar por nosotros mismos el dinero de tal forma que el del centro contaba dos veces, y al tomar nuestras cosas teníamos que correr, al menos hasta que aprendiéramos bien la farsa. A los pocos meses regresábamos a la casa de la Lita emocionados, "Lita Lita! le robamos mil sucres a la vieja de la tienda!", y ella, jamás satisfecha nos decía, “ay! mil sucres! yo le habría robado mas o le habría pedido hasta vuelto! No saben nada!” y luego levantaba la ceja, viraba el ojo, y se iba mascullando la porquería de nietos que le habíamos salido.

La Lita era tenebrosa, y casi todo el tiempo era cruel, pero me quería. Recuerdo un cumpleaños familiar cuando la Lita había traído un pastel decorado con frutillas. Lo dejo sobre la mesa listo para servir, esperando el momento en que termine de hablar con sus amigas, lo corte en pedazos y lo sirva con te. En mis borrosas memorias infantiles recuerdo subirme a la mesa y coger con mis manitas esas enormes frutillas, y comérmelas de un solo bocado. Cuando apenas quedaban un par en el pastel la Lita se dio la vuelta y me vio engulléndolas a toda velocidad para salir corriendo antes de que me encuentre. Pero la Lita no dijo nada; tan solo me ojeo con esa mirada fija y la sonrisa torcida, apenas hizo un gesto afirmativo que solo yo pude distinguir, y siguió hablando con sus amigas como si nada. Esa noche no comieron pastel sino empanadas, y la Lita jamás hablo sobre el pastel con nadie.

La Lita se caso cuando tenía 16. Mejor dicho, la casaron. Mi abuelo apenas la había visto una vez antes del matrimonio. El tenía 36. A rastras la llevaron hasta Riobamba en donde conoció a su futura suegra. Al llegar, mona, joven, con minifalda, tacos, pintura de ojos y uñas, Riobamba enmudeció. Era la primera vez que un pueblo tan conservador y curuchupa veía a alguien así. De inmediato la segregaron de todo círculo social. Jamás formaría parte de las reuniones de señoras o de madres de familia, de las salidas de fin de semana a Baños, ni seria invitada a los almuerzos en la casa de la suegra.

Esta de mas decir que el el marido nunca funciono con ella. La Lita lo odiaba por que era tan diferente a su ex. Ella estaba enamorada de un mulato que conoció en la playa. La familia de la Lita obviamente puso el grito en el cielo y le consiguieron un esposo antes de que la Lita se vuelva una perdida o amanezca con hijo. Mi abuelo jamás logro comprenderla. Un hombre de pueblo, conservador y religioso. Su conversación mas larga la había mantenido con una de sus vacas y devoraba libros de física que hasta la fecha lee con una devoción enfermiza, a pesar de saber las respuestas de memoria y cometer siempre los mismos errores.

Como no tenia de otra, a la Lita le toco aguantarse y seguir casada. La situación no le duro mucho de todas formas. A los 5 años se acostó con uno de los amigos de su padre y el grito en el cielo no pude ser más alto, así que el marido la dejo y a los pocos meses estaban divorciados. Una razón mas para que la sociedad riobambeña odiara a la Lita, pero a la Lita no le importaba.

...

La Lita murió hace dieciséis meses. La última vez que la vi regresaba de Francia luego de 4 años de distancia. Seguía con la misma voz ronca, pero las manos ahora las tenia como ganchos por el artritis. Quiso levantarse pero no pudo al primer intento. Le ofrecí mi ayuda. Casi me pega. Luego se volvió a sentar, tomo vuelo y con un adolorido y profundo "ahhh...!" se levanto del sillón y se encaminó a la cocina. “Quieres una manzana, María luisa?!” Me grito desde ahí. “Bueno Lita! gracias!” le respondí levantando la voz desde la sala. “Toma tu manzana cabrona!” me grito de regreso al mismo tiempo que me la lanzaba a la cabeza (un manzanazo directo a la sien fue el precio que tuve que pagar por ozar ofrecerle ayuda, a ella, la mujer que jamas necesitaria a nadie). Despues, riéndose casi asfixiada por los accesos de aire y el tabaco que no dejaba, me dijo, “Eres de mantequilla”. Después me sonrió. Volvió a sentarse. Luego hablamos de mi vida. Le conté lo que soy, lo que hago, de la que fui. "Deberías casarte", me dijo. Solo sonreí.

Fue la última vez que nos vimos.

1 comment:

Kojudo Mayor said...

Gracias.

Tu prosa endulza y cautiva. Tus historias... estimulan la mente y tocan el alma.

Caí por accidente en tu blog. Creo que lo voy a seguir, porque hay mucho de mi, que se identifica con tu realidad. Por favor, no borres las memorias, pues son el tesoro mas grande que tenemos, por mas dolorosas o placenteras que éstas sean.