Hoy.
Me desperté a las 8 a.m. en una habitación de hotel en el centro de Buffalo, NY. Vi las noticias en NBC, prendí la laptop y revise mi cuenta en google en búsqueda de nuevos trabajos en Monster y busque otras posiciones en los clasificados del Buffalo News. A las 11 a.m. hable con mi madre (que vive en Quito) por casi una hora, vi a Ellen Degeneres en la tele, y ahora voy a almorzar lo primero que me encuentre en el refri. Tengo que hacer un par de llamadas sobre mi seguro médico, y acabo de enviarle un mensaje a mi N, que esta en una convención en un hotel a un par de minutos de aquí, diciéndole que lo amo
Hace un año.
Hoy, hace un año, N y yo nos cambiábamos a un nuevo departamento a la orilla del Tamesis en el este de Londres. Ambos planeábamos nuestro viaje a Paris por nuestro aniversario de 5 años y yo estaba como loca adaptándome al sistema ingles de enseñanza universitaria, a los nuevos compañeros, a las clases de modernismo, literatura griega y Shakespeare, y al mirar al lado contrario de la calle.
N se abría campo en el banco mientras se adaptaba a trabajar con un grupo de profesionales de tantos países diferentes que las reuniones de viernes en la noche para beber cerveza parecían convenciones de la ONU.
Hace un año absorbía Londres con todos mis sentidos, tocaba cada poste, leía cada anuncio, probaba cada tipo de cerveza a mi vista y vivía abrumada por el alto precio de cada cosa, y andaba siempre con un saltito en el corazon de alegria. También extrañaba USA, y la forma que tienen los americanos de agilitar todo de tal forma que tener cable, Internet, teléfono regular y móvil, etc. es solo cuestión de un par de llamadas telefónicas y un numero de tarjeta de crédito recitado a diestra y siniestra, en lugar de, como en Inglaterra, un mes y medio de llamadas inservibles y espera impaciente por los técnicos y especialistas que hablan con el pobre cliente para instalar hasta el más básico servicio a exorbitantes precios.
En febrero del 2005 caminaba por Londres con ojos de turista, desorientada con la cantidad de calles y callecitas, insegura de qué hacer, dónde comprar, qué ver, a dónde ir, solitaria por la carencia de conocidos, emocionada hasta reventar por la oportunidad de vivir en un sitio de semejante magnificencia, y feliz de estar ahi con N para compartirlo todo.
Hace 5 años.
En febrero del 2001, N y yo habíamos pasado tres meses separados luego de que él había decidido venir a vivir a USA. Yo estudiaba en la USFQ (administración de empresas!) y estaba completamente desorientada e insatisfecha con mi vida. Extrañaba a N a morir, nada me llenaba, vivía en una rutina, y me apegue a las poquitas cosas y personas que me traían alegría: mi madre, el Darío, los libros de filosofía. Sobre todo recuerdo que el Darío y yo nos volvimos inseparables. Tan pronto él salía del conservatorio y yo de la universidad, nos encontrábamos en mi casa y pasábamos juntos hasta la noche. No hacíamos nada en particular, pero sentíamos esa paz que te trae el tener la compañía de una persona que se siente tan sola en este mundo como tu mismo.
También lloraba mucho. Estar lejos de N me mataba, y sobre todo estaba exhausta de tanta inseguridad y de no saber si la distancia física entre nosotros iba a continuar por muchos meses más o si N se decidiría a regresar a Ecuador o yo a ir a USA.
En esa época pensaba que vivir en USA era una locura, que la idea de N no iba a funcionar, que él me dejo y se vino para acá por que no me quería suficiente y que vivir encerrada en mi casa a la espera de uno de sus mensajes o llamada demostraría lo que sentía por el. Fue una época terrible y dolorosa, pero la superamos. Mi madre jugó un papel importante ahí; ella fue la que me mantuvo firme aun en tiempos cuando las lágrimas me drenaban de cualquier fuerza.
Hace 10 años.
1996. Tenía 14 años, estaba en tercer curso de un detestable colegio de monjas en la Colón, sufría por mis notas, y pasaba de arriba abajo con un grupito de guaguas que, a ver, si recuerdo todas, eran: Verónica Olivo, Mónica Heredia, Cecilia Chávez, Carla Bonilla, Berenice Benalcazar y yo. Mas tarde en ese año hice mi primer viaje a Europa. Fui a vivir a Munster con una familia alemana, y luego a Sheddebrock con otra familia. No hablaba jota de alemán por lo que estaba perdida, solitaria, y melancólica la mayor parte del tiempo, pero a la larga fue una experiencia fantástica que cambio mi vida para siempre. (De hecho, tengo amigos/as que hice en esas semanas con los que aun mantengo contacto, con una de ellas en particular me re-encontré en Londres, luego de 9 años de no habernos visto, y el momento fue alucinante.)
Creo que tercer curso fue el último año en el que estuvimos juntas las cuarenta y pico de compañeras con las que nos conocimos, la mayoría, desde jardín de infantes. Luego nos separamos en diferentes colegios y especializaciones, empezaron las peleitas de cruces de pelados, los chismecitos maliciosos, las depresiones por falta de chichis, los mal genios hormonales, las llamadas anónimas a las 3 a.m., las fiestas de pijama, y los primeros besos.
Tengo una caja en Quito, llena de fotos y recuerdos de la época. La abrimos hace un par de años con las pocas amigas del colegio con las que aun mantengo contacto y la verdad es que no teníamos ni idea de donde salían la mitad de las cosas que estaban ahí (un pompon azul casi pelado, fotos de gente que no tengo idea de donde salieron ni a donde fueron a parar, papelitos con teléfonos, nombres, chistes y chismes, y tanto mas!) pero igual nos reímos un buen rato con tanto recuerdo de las locuras que hacíamos. Fueron unos buenos años, aunque en ese momento no nos dábamos cuenta de ello.
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